Es famoso por su legendarios papeles protagonistas, por el enorme poder que ejerce en Hollywood y por estar entre los galanes más irresistibles de todos los tiempos, pero Brad Pitt no se reconoce en ninguna de estas definiciones. Como nos descubre la escritora Ottessa Moshfegh, sus sueños de futuro son más místicos de lo que nunca habríamos imaginado.
Brad Pitt intenta acordarse de todos sus sueños. En la mesilla siempre tiene un boli y una libreta, donde apunta todo lo que recuerda nada más despertarse. “Me he dado cuenta de que es muy útil”, dice. “Tengo curiosidad por lo que pasa en mi cabeza cuando no manejo el timón”. Me lo cuenta una tarde en el luminoso salón de su casa de Craftsman, en Hollywood Hills. Durante una buena temporada, tuvo un sueño violento recurrente que llegó a turbarlo un poco. Me lo describió con detalle por correo electrónico unos días después de nuestra entrevista:
El sueño me incordió durante cuatro o cinco años. Alguien me asaltaba y me apuñalaba. Siempre sucedía por la noche, en plena oscuridad. Iba caminando por la acera de un parque o por una pasarela, y al pasar por una farola parecida a la de El exorcista, un tipo salía de las sombras y me clavaba un puñal en las costillas. Otras veces me seguían y alguien me alcanzaba por un lateral, dejándome sin salida. En los dos casos querían hacerme daño de verdad. En otras ocasiones, me perseguían por una casa, a mí y a un niño al que había ayudado a escapar; luego me ponían contra el suelo y me apuñalaban. Siempre me apuñalaban. Me despertaba aterrorizado. No entendía por qué querían hacerme daño. Pero dejé de tener la pesadilla hace uno o dos años, cuando me puse a analizarla para averiguar qué podía estar provocándola.
Cualquiera estaría tentado de psicoanalizar un sueño tan insistente y macabro. Pero tampoco debemos ignorar que Brad Pitt —el niño bonito de Missouri a quien a los 22 años le dio un pronto y se mudó a California, donde se convertiría en una de las estrellas más fulgurantes del firmamento cinematográfico; el actor que, dicen, gana 20 millones de dólares por película, y que formó parte de ‘la pareja más famosa sobre la faz de la tierra’ no una, sino dos veces— no puede dar un paso sin que lo atosiguen los paparazzi. Normal que el hombre se sienta perseguido. Lo que sí es sorprendente es que el sueño dejara de importunarle tras analizarlo con detalle para intentar desentrañar su significado.
Brad Pitt tiene 58 años y hace casi seis de su complicado divorcio de Angelina Jolie, con quien tiene seis hijos en común. Ya no se deja ver tanto como antes. Atrás quedó su eterno estatus como actor protagonista. Sus apariciones en pantalla son más esporádicas, y sus personajes, más inesperados, lo que trastoca la imagen de estrella de cine que ha proyectado durante los últimos 30 años. Ahora dedica gran parte de su tiempo a su labor como productor de cine, apoyando a nuevos y prometedores directores y adaptando a la gran pantalla las obras de escritores reputados. Cuando quedamos para la entrevista, me encuentro a un Pitt más reflexivo, más artista de lo que me esperaba. Me cuenta que está pensando en el futuro, en el camino que quiere trazar en las fases finales de una prolífica carrera creativa. “De un tiempo a esta parte, me veo ya en mi última etapa”, me dice. “¿Cómo va a ser esta nueva fase? ¿Cómo voy a planteármela?”.
Analizar sus sueños en busca de algún significado oculto es parte del proceso, dice, como si quisiera sondear su pasado para adquirir la sabiduría procedente de sus retos. “Aquí en California se habla mucho de ‘ser tu auténtico yo’. Me he comido mucho la cabeza con eso. ¿Qué significa ‘auténtico’? [Para mí], se trata de aceptar esas cicatrices profundas que todos tenemos”.
Pitt posee varias propiedades dentro y fuera de Los Ángeles: una casa en la playa cerca de Santa Mónica y una residencia modernista de acero y cristal, también en Hollywood Hills. Pero fue en esta casa de Craftsman, que ha mantenido a lo largo de toda su vida como estrella de cine, donde se confinó durante gran parte de la pandemia. Dentro, las paredes están revestidas de cedro color caramelo y las habitaciones de la planta baja están decoradas con mobiliario vintage y obras de arte que denotan muy buen gusto. No hay fotos familiares a la vista, ni florituras lujosas, más allá de la elegancia sencilla de esta casa tan típica de principios del siglo XX.
Pitt me recibe con ropa de tonos neutros, con unos pantalones marrón caqui de corte relajado y una holgada camiseta blanca, como si quisiera camuflarse en un campo de trigo. Los colores recuerdan a los cielos abiertos del Medio Oeste. Pitt creció en la Meseta de Ozark, un lugar del que habla con ensimismamiento. Una vela aromática perfuma la cocina, donde me ofrece algo de beber con talante alegre: té, café, agua, zumo, alcohol. No bebo alcohol. Pitt tampoco. Lleva sin tomarse una copa al menos seis años. Elijo agua, como él.
“¿Fría o a temperatura ambiente?”, pregunta.
La elijo fría porque quiero ver qué tiene en el frigorífico, pero no veo apenas nada, sólo el brillo azulado de la luz eléctrica. “Todos mis amigos se han pasado al agua a temperatura ambiente”, dice. Temperatura ambiente. Un concepto que encaja muy bien en este entorno tan agradable y tranquilo.
“¿Hay alguien más en la casa?”, le pregunto.
“Qué va”, contesta con rapidez. Tiene una manera simpática pero áspera de contestar los síes y los noes de las preguntas que, presumo, preferiría que me guardara. Qué va. Sip.
En la chimenea arde un pequeño tronco y Pitt acerca una silla para disfrutar del calor. Sus ojos, de un color azul muy claro, están tranquilos y, al volverse hacia mí, les da la luz de lleno.
“Ésta fue la primera casa que compré cuando gané algo de dinero, allá por 1994”, dice. Se la compró a Cassandra Peterson, actriz conocida por Elvira, reina de las tinieblas, una serie convertida en película en la que interpretaba a la extravagante presentadora de un programa de terror. Cassandra llegó a decir en alguna ocasión que la casa estaba embrujada, que cuando vivía allí escuchó unos pasos que procedían de una habitación de la tercera planta que estaba desocupada, que vio el fantasma de una enfermera y de un hombre con ropa de época sentado junto a la chimenea. También que Mark Hamill [el primer Luke Skywalker] le contó que había vivido en la casa en los 60, hasta que el chico con quien la compartía se ahorcó en el armario de la habitación. “Estaba muy deteriorada, casi en ruinas”, me cuenta Pitt sobre la casa. “Viví aquí unos años, después estuve yendo de aquí para allá, dejaba que mis amigos se quedaran, y luego, ya en los dos mil, la reformé. La he estado usando mucho como refugio”.