RS en Nashville: una vuelta por la fábrica de guitarras más icónicas del rock
Escrito por AbelitoMusic el octubre 27, 2019
Después de presentar la quiebra en 2018, Gibson busca recuperar prestigio y volver a su era dorada
La idea de que los solos e guitarra están muriendo entra en crisis con una visita a Nashville. Los 30 grados que se sienten en un mediodía de agosto no detienen el movimiento en la fábrica que Gibson tiene al sur de la ciudad conocida como la cuna de la música country: acá adentro, más de 300 personas producen cerca de 350 instrumentos por día.
«Ya tenemos vendidas todas las guitarras que fabriquemos en los próximos seis meses», dice Jim DeCola, Master Luthier de Gibson, mientras nos guía por un sector de la planta. Fanático de las guitarras (la primera que tuvo fue una SG Exclusive que todavía usa), DeCola lleva 40 años en la industria: arrancó a los 15 en un local de Chicago y, tras haber sido empleado de Peavey y Fender, llegó a este cargo en Gibson, algo parecido al sueño del pibe.
El orgullo de estar en una marca icónica del rock & roll lo ayudó a atravesar la declaración de quiebra que la compañía presentó en mayo de 2018 en la justicia norteamericana, luego de varios años de desequilibrios financieros. En la última década Gibson había empezado a diversificar sus unidades de negocio, con la intención de convertirse en referente también en el área de sonido. Invirtieron en dos compañías japonesas (ONKYO, la dueña de Pioneer, y TEAC, que tienen a TASCAM entre sus marcas) y en 2014 compraron la división de audio, video, multimedia y accesorios de Philips. Los malos resultados agrandaron el pasivo, que alcanzó los 500 millones de dólares, y cuando se conoció la noticia de la quiebra hubo meses de rumores sobre posibles compradores. «En ese momento solo quedaba esperar lo mejor y seguir haciendo lo que hacíamos, porque todavía era nuestro trabajo», cuenta Jim, que en esos meses de incertidumbre armó un borrador con los cambios y mejoras que él pensaba que tenía que haber. Cuando se los presentó al nuevo CEO, James Curleigh, que llegó de Levi’s, él le respondió: «Ey, esto es lo que estábamos pensando cambiar».
«Esto no estaba acá cuando llegamos», dice el argentino César Gueikian, señalando el sector dedicado a reparación de guitarras -hay un cuerpo de una SG amarilla que Fito Páez mandó para ver si podían arreglar-. Gueikian es parte del directorio y también es el nuevo CMO (las siglas en inglés de Jefe de Marketing), que se encarga de todo lo relacionado a producto -decide cuáles son los modelos especiales que se van a fabricar-, marketing y las relaciones con los artistas (en su Instagram tiene fotos con sus ídolos de la adolescencia, Slash y Tony Iommi). Aparte de sumar ese espacio, en los últimos diez meses modificó el flujo de trabajo para evitar que, por ejemplo, los cuerpos de las guitarras se pinten cerca de donde se lijan, en el medio de una nube de aserrín. O que las pastillas se hagan en medio de este galpón gigante con detalles de última generación -ahora pasaron a hacerse en otro edificio, lejos del polvo-. Hasta 2018, el 40% de las guitarras que se terminaban tenían fallas -detalles de pintura o mal funcionamiento de algunas de sus piezas- y volvían a posiciones anteriores del proceso. Ahora, la tasa de aprobación supera el 90%.
Este año Gibson también se desligó de su participación en Philips y armó un plan para recuperar el prestigio perdido. Se eliminaron algunos intentos de innovación tecnológica de los últimos tiempos como los robot tuners, una función que afina de forma automática la guitarra, y se reincorporaron detalles old-school de los años dorados de la marca, una de las apuestas de Gueikian.
Criado en Vicente López, a los 9 escuchó por primera vez Attention! de Black Sabbath. Era uno de los discos de su padre, un empresario que en los 70 trajo la licencia de las tarjetas de felicitaciones Hallmark Greeting a Argentina y la región, y él quedó fascinado. Después de intentar emular a Iommi con una guitarra española, en un viaje a Estados Unidos para jugar al tenis -era federado- se compró su primera guitarra. Él quería una Les Paul, pero no le alcanzaba el dinero. De regreso en Argentina, vendió aquella al doble de lo que la pagó y cuando viajó a jugar otro torneo, a los 13, pudo tener su primera Gibson y tocar los temas de Black Sabbath y Guns N’ Roses. Ahí empezó un fanatismo por el instrumento hasta tener una colección con cerca de 80 modelos de la marca, que no se detuvo mientras desarrollaba su carrera ejecutiva, haciéndose cargo de compañías en problemas para recuperarlas, primero en el Deutsche Bank, luego como jefe global de UBS y más tarde en su propia compañía financiera. «Es un sueño poder fusionar mi pasión más grande con mi experiencia en los negocios», dice.
La Les Paul es la nave insignia de Gibson. Creada en la infancia de las guitarras eléctricas, estuvo en el mercado entre 1952 y 1960, cuando se discontinuó y la marca arrancó con la fabricación de la SG. En 1966, Eric Clapton usó una Les Paul con los Bluesbreakers y eso cambió la historia para siempre. Gibson volvió a venderla y «ahí el mundo descubrió el verdadero potencial del modelo», completa Jim DeCola.
La historia de Gibson comienza a finales del siglo XIX en Kalamazoo, Michigan, con Orville Gibson fabricando mandolinas. Tras el primer boom de las guitarras eléctricas, la compañía se estableció en Nashville en 1970. Las Les Paul, las SG, las Firebird, las Flying V y gran parte de los modelos salen de acá, hechos con madera de arce, caoba y palorrosa en un sistema de producción medido al detalle con dedicación artesanal. Hay pocas máquinas involucradas, que solo se usan para hacer los primeros cortes de los cuerpos y los mástiles. En esta primera sección también hay prensas que están en funcionamiento desde 1958.
Luego de que todas las piezas quedan ensambladas, van al sector de pintura y laqueado, donde se les hace el clásico sunburst y el instrumento ya empieza a tener el aspecto de una guitarra. Más adelante se pulen y, entre siete y doce días después de que entró la madera a la fábrica, llegan al final de la línea de ensamble para incorporar cables, micrófonos y cuerdas, y para que las testeen tres especialistas que durante varios minutos revisan la terminación, verifican que suenen correctamente y firman la garantía y el certificado de autenticidad. Luke, que trabaja acá desde hace pocos meses y se encarga de la parte final -guardar los instrumentos en el estuche y embalarlos-, me dice mientras agarra una SG Standard Cherry lista para salir a la venta: «Es asombroso que las guitarras que hacemos acá terminen sonando en cualquier parte del mundo».