Cada 21 de septiembre, el mundo celebra el Día Internacional de la Paz, y junto a esta fecha vuelve a aparecer uno de los símbolos más universales: la paloma blanca con una rama de olivo. Pero, ¿de dónde viene este ícono que representa esperanza y reconciliación?
El origen de la paloma como emblema pacífico se remonta a la Biblia. Según el relato del Arca de Noé, una paloma regresó con una rama de olivo en el pico para anunciar que las aguas del diluvio habían bajado y que la vida podía comenzar de nuevo.
En la Grecia antigua, la paloma también tenía un fuerte valor simbólico: era el ave sagrada de Afrodita, diosa del amor, y estaba vinculada con la unión, la ternura y la armonía entre los pueblos.
Ya en la era moderna, fue el pintor español Pablo Picasso quien terminó de consolidar a la paloma como símbolo mundial de paz.
En 1949, tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, su dibujo de una paloma ilustró el cartel del Congreso Mundial de la Paz en París, marcando un antes y un después en el uso de esta imagen en campañas y movimientos sociales.
La rama de olivo, por su parte, ha estado ligada desde la antigüedad mediterránea a la abundancia y la reconciliación. La unión de ambos elementos –la paloma y el olivo– creó un símbolo cargado de fuerza espiritual y cultural.
Hoy, la paloma blanca trasciende religiones, culturas e ideologías. Es un recordatorio de que la paz no solo significa ausencia de guerra, sino también respeto, diálogo y esperanza compartida entre los pueblos.