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El próximo domingo 13 de julio se celebra el Día Internacional del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad, una jornada destinada a concientizar, desmitificar y promover una mejor comprensión de esta condición que afecta a millones de personas en todo el mundo.
A nivel mundial, se estima que entre el 5% y el 8% de los menores de 18 años presentan Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), y aproximadamente entre el 2,5% y el 6,8% de los adultos pueden seguir presentando síntomas. En Argentina, la prevalencia del TDAH se sitúa alrededor del 4%, según datos del Conicet.
De qué se trata el TDAH
El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad es una condición del neurodesarrollo caracterizada por dificultades para sostener la atención, regular la actividad motora y controlar los impulsos. Su origen es multifactorial: combina una alta carga genética con factores ambientales, como exposición a toxinas durante el embarazo, bajo peso al nacer, sufrimiento fetal, entre otros.
Los síntomas del TDAH se agrupan en tres dominios: inatención, hiperactividad e impulsividad. Estas manifestaciones pueden dificultar la vida diaria de quienes lo padecen en distintos contextos como el social, laboral e interpersonal.
El TDAH puede presentarse de varias formas: predominio inatento, predominio hiperactivo-impulsivo, o tipo combinado, siendo este último el más común. Entre los síntomas más destacados se encuentran:
Inquietud motora o necesidad constante de moverse
Hablar en exceso o interrumpir con frecuencia
Dificultades para mantener la atención en tareas o conversaciones
Desorganización y problemas en la planificación
Olvidos frecuentes y postergación de tareas
Inquietud mental o pensamiento acelerado
Se estima que entre el 30% y el 70% de las personas con TDAH también presentan desregulación emocional.
“Este aspecto implica dificultades para gestionar las emociones frente a distintos estímulos y se relaciona con una baja tolerancia a la frustración, impulsividad, sensibilidad al rechazo y fatiga emocional”, explica la doctora Linda Cozzarin, médica psiquiatra (MN 153.060) del Departamento de Psiquiatría de INECO.
El TDAH a menudo coexiste con otros trastornos que pueden complicar su diagnóstico y agravar la sintomatología. Entre las comorbilidades más frecuentes se encuentran el trastorno de ansiedad generalizada, presente en aproximadamente el 40-50% de los adultos con TDAH. También los trastornos del estado de ánimo: especialmente la depresión.
Asimismo, puede observarse una comorbilidad entre el 20-30% con el trastorno del espectro autista. Además, más de la mitad de los pacientes con TDAH refieren algún tipo de trastorno del sueño.
Este panorama propicia un desafío clínico considerable: los profesionales deben ser meticulosos en el diagnóstico y tratamiento para abordar adecuadamente todas las áreas sintomáticas y mejorar así la calidad de vida.
Diagnóstico y tratamiento
Los especialistas en salud mental, incluidos psiquiatras, psicólogos y neuropsicólogos, son responsables de diagnosticar y tratar el TDAH. Si se reconocen algunos de los signos o síntomas mencionados, es crucial acudir a un profesional.
El tratamiento es personalizado y puede incluir:
Psicoterapia cognitivo-conductual: para trabajar habilidades de organización, regulación emocional y autoestima.
Rehabilitación neuropsicológica: orientada a fijar metas, sostener la atención y desarrollar estrategias de planificación.
Psicoeducación: para comprender el trastorno y aprender a manejarlo.
Medicación: en los casos en que se considere necesaria, bajo prescripción y seguimiento médico.
Recomendaciones
El TDAH, con las estrategias adecuadas, puede manejarse efectivamente, mejorando significativamente la calidad de vida de quienes lo padecen. En niños y adolescentes, se pueden implementar estrategias en el hogar y la escuela, tales como:
Establecer rutinas claras y predecibles.
Crear un ambiente ordenado y libre de distracciones.
Reconocer y celebrar logros, por pequeños que sean, para mejorar la autoestima.
Fomentar la actividad física regular y establecer una buena rutina de sueño.
Mantener una comunicación fluida con los docentes para realizar adaptaciones que favorezcan el rendimiento académico.